OT: Spanish translation needed
From: | Hanuman Zhang <zhang@...> |
Date: | Saturday, December 30, 2006, 7:22 |
Can any of you translate the followin' Spanish text for me into English,
pretty pretty please... not reaaallly big hurry...
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José Manuel Berenguer
Guitarrista y Compositor,
Orquestra del Caos
Presidente de la Asociación de Música Electroacústica de España
Autonomía Automática
Consideraciones especulativas previas a la concepción de Mental, Central,
Perifèric
Mental/Central/Perifèric es una producción en la que la Orquestra del Caos
trabaja actualmente. En la base de la gestación de este proyecto están los
conceptos de meme, gene, virus, mente, código genético, transcripción,
parasitismo, información, autómata, duplicación. En forma de instalación
interactiva que utiliza tecnología sofisticada, Mental/Central/Perifèric
está concebido como medio artificial del que surge, como resultado de la
interacción con los intérpretes, una forma musical emergente a la que a
menudo nos da por llamar concierto inter-media.
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"Hay un concepto que es el corruptor y el desatinador de los otros. No hablo
del mal, cuyo limitado imperio es la ética; hablo del infinito"
- Jorge Luís Borges
Otras inquisiciones
La muerte de la Historia, la del Arte y la de Dios fueron anunciadas en el
siglo pasado. Las condiciones particulares en que eso se produciría no
fueron previstas en detalle, pero una buena parte del pensamiento occidental
--Rudolf Clausius enunció la forma casi definitiva del segundo principio de
la termodinámica en 1865-- ya aceptaba para todo sistema la tendencia
inexorable al desorden. Comprender que la Historia es un subsistema del
Universo es un paso obligado para asimilar el hecho de que, más que de
muerte, se trata de disgregación, multiplicidad, polivalencia, regeneración,
nueva asunción de la nada y a partir de aquí, en movimiento eterno y
cíclico, la creación de otra cosa otra vez.
Vinculable a la del apeiron aristotélico, la de Borges es una visión
ciertamente negativa del infinito, de la misma forma que lo es la idea de
Caos en muchos griegos clásicos, así como la Nit y la Tiamat babilónicas o a
la Mrtyu hindú, confinadas estas últimas al papel de último residuo cósmico.
De la misma manera que el apeiron , negado explícitamente por Santo Tomás, y
el infinito sincategoremático de Petrus Hispanus, el Papa Juan XXI, la idea
de infinito primordial de los pensadores jónicos, basada en la posibilidad
de disolución y de formación cíclica, amenaza la estabilidad del Cosmos :
las tempestades del Caos podrían sugerir la idea de Anaximandro, según la
cual la formación de vórtices tempestuosos induciría un movimiento rotatorio
distribuidor de la materia en orden concéntrico, de acuerdo con la
intensidad y la gravedad. Esto produciría la formación de un cosmos en cada
vórtice y resultaría una infinitud de cosmos coexistentes, engendrados de la
multiplicidad infinita de vórtices surgidos del interior de las tempestades
que agitan el Caos.
Una concepción positiva del Caos siempre ha sido lógicamente aceptable. La
visión de Anaximandro, el primero que hablara de apeiron , ya supone una
orientación en esa dirección. Es en virtud de ella que Carles H. Mor escribe
"hem superat tots els lìmits, s'imposa un retorn al desordre". El Caos está,
siempre lo ha estado, en la base de todo acto creador, tanto si es
artístico, como si no lo es. Parece bastante cierto que, si Caos comporta
apertura, lo que es indeterminable, innombrable, inclasificable,
irreductible, así como todo aquello que no puede ser conocido a priori,
entonces lo contrario, el saber o el conocer definitivamente, la ausencia de
movimiento, tan sólo puede tener un único significado : la muerte cierta a
la que un día u otro todos habremos de hacer frente.
Sin embargo, que las cosas ordenadas se desordenan es conocimiento popular
enunciado por el segundo principio de la termodinámica. En virtud del paso
del desorden primigenio al orden mortal nos encontramos nuevamente en el
desorden. Se trata un proceso direccional, irreversiblemente cíclico : del
desorden nace el orden que se trasmuta en desorden. Y es que, como dice
Michel Serres en Le Passage du Nord-Ouest , "el hecho bruto de la muerte
rompe la reversibilidad de las cosas".
La prevención contra lo que no tiene límite es vieja y se mantiene viva a lo
largo de la historia de Occidente: el malitiae dedecus de Severino de Boecio
no abandona la tradición aristotélica y coincide con el parecer de
Anaximandro, para quien el apeiron es causa última de creación, pero también
de destrucción de todas las cosas. Curiosamente, a pesar de la necesidad de
considerar la actualidad real del infinito en la obra de Antifón, Arquímedes
y Eudosio, la argumentación filosófica a favor llega mucho más tarde a ser
consistente.
En cuanto a la influencia del Caos en nuestro interior más recóndito,
¿sabemos lo que queremos? Si es pensable y deseable, ¿es posible? Al menos
desde alguna perspectiva, puede parecer que las cosas imposibles pertenecen
a dos clases excluyentes : imposibles-sólo-ahora o imposibles-para-siempre.
¿Hasta que punto aquello que ahora uno desea y ahora no es podría ser
considerado utópico? ¿En la medida en que no existiera ningún camino para
llegar a ello? ¿Y si el único camino posible fuera atópico? ¿Qué información
da de uno el hecho de que lo que quiere sea o no posible ahora o en algún
otro momento? Aún más, ¿puede uno pensar realmente que es libre de querer lo
que quiere? La búsqueda de un estado de auténtica libertad del que puedan
emanar las voliciones, dice Shopenhauer en Über die Freiheit des
menschlichen Willens , provocaría una fuga al infinito sin solución : la
respuesta afirmativa a la pregunta de si el hombre puede querer lo que
quiere, justifica la pregunta de si el hombre puede querer lo que quiere
querer, y así sucesivamente sin convergencia... Para superar paradojas no
demasiado lejanas a ésa, Wittgenstein concluye, en la proposición 5.632 del
Tractatus que "el sujeto no pertenece al mundo, es un límite del mundo".
Por el contrario, no parece que el Viejo Bach temiera al infinito. No le
mareaba demasiado considerar una recursión infinita : decir, escribir al
margen de la partitura del Canon per Tonos del Arte de la Fuga , querer ver
crecer la gloria del rey de la misma manera que la modulación crece, es la
formulación de un deseo semi-inconsciente, si consciente del todo no es, de
plantear para algunos conceptos, tonalidad y gloria real en este caso, un
límite fuera del mundo. Es notable la sutileza del recurso bachiano que
glosa ese deseo inalcanzable. Al terminar la primera vuelta, la tonalidad
del canon no es la misma que la del principio : ha aumentado una segunda
mayor. Al cabo de seis modulaciones sucesivas, después de haberla abandonado
aparentemente, la tonalidad del principio aparece de nuevo como por arte de
magia. La tonalidad que se alcanza es la misma que la inicial, sólo ha
cambiado de octava. En ese punto el Canon per Tonos puede terminar --ésa es
la interpretación más extendida--, pero me pregunto si a Bach no le habría
seducido la idea de Bruno según la cual el intelecto llega allí donde no lo
hace ningún proceso ilimitado, como lo es, precisamente, ese volver y volver
indefinidamente sobre la música a fin de remontar al infinito la gloria del
Rey Federico el Grande de Prusia.
La nunca coherentemente formulada obligación formal de poner límites a las
músicas a menudo ha dado problemas. Se contradice con la casi continua
tendencia al desbordamiento de las dimensiones del espacio en que la música
tiene lugar. A menudo me pregunto si la música dejará de ser música a medida
que desborda sus límites. Y la pregunta es extensible a las otras artes. De
hecho, ésta fue la intuición de Fontana, la negación del arte por la
confusión de los límites es una tesis vinculable a la tendencia hacia la
inmaterialidad de muchas obras. Quién sabe si ello es vestigio viviente de
ese "vivo sin vivir en mí" que tiñe la mentalidad de occidente con
intensidad variable a lo largo de su Historia.
La música está llena de ejemplos que muestran una marcada inflación
dimensional. Un caso importante es la expansión temporal en crecimiento casi
monótono, de las canciones populares a las sonatas de Beethoven, de
desmesuradas codas, y a las óperas de Wagner, monumentales, por no hablar de
los últimos trabajos, operísticos también, de Messiaen o de Stockhausen, que
duran días. Otro no menos notable es el ensanchamiento de los límites
espectrales y dinámicos, casi continuo en occidente, del Canto Gregoriano a
las obras de los románticos y a las producciones musicales electroacústicas
de este siglo, músicas tecno y afines incluidas, convertidas, en virtud de
los enormes márgenes dinámicos que las caracterizan, en dispositivos
notablemente potentes como represores-aislantes sensoriales.
¿Es la pérdida del yo, la anulación de la consciencia, un límite deseado, un
extremo de una tendencia, una utopía popular no explícitamente formulada? Al
margen de esta inmersión individual en la negación de la propia función de
intercambio de información y de energía con el mundo, donde la verbalidad
del discurso deja paso a la gestualidad y la cultura deviene cultura del
gesto, en todos los medios observo falta de utopías claras. No parece que
exista un ideal social suficientemente diferenciado del viejo socialismo en
crisis, que lo está, por cierto, especialmente, a causa de la crisis de su
práctica más generalizada.
A veces pensamos que la tecnología cambiará totalmente la vida de la
Humanidad, que gracias a ella los mercados evolucionarán de manera que el
acceso de los usuarios a los productos sea directo, la plusvalía
desaparezca, las conductas capitalistas se vuelvan inconsistentes y por ello
la estructuración de la Humanidad devenga horizontal, que todo el mundo sea
libre, creativo y goce de las mismas oportunidades. Ojalá lleguemos a estos
extremos, pero es la Humanidad, ella misma, por la suma de los poderes de
las voluntades, la que cambia constantemente de vida. La tecnología es uno
más, muy importante, es cierto, entre todos los aspectos determinantes de
los cambios humanos. Siempre nos hemos servido de ella para evolucionar,
pero ni de lejos es ella la esencia de la evolución. Tampoco lo es el hombre
ni el genoma que lo posee y dirige. Ni la misma vida, en abstracto. La
esencia de la evolución es la materia toda en bruto. Y en el extremo,
tampoco es la materia, sino algo en la más íntima relación con ella : la
información, de la que la materia es portadora desde que fue materia en el
primer instante, es la causa de las evoluciones que observamos. Que en este
momento de la Historia del Universo y desde aquí, en la Tierra, la
tecnología nos parezca esencial es tan sólo una cuestión de perspectiva, un
síntoma más de antropocentrismo.
En cualquier caso, el desarrollo masificado de esta tecnología de la
computación y de las telecomunicaciones que tanto nos fascina, determinará
una población cada vez más densa de intermediarios especializados en la
distribución de imaginarios, que es lo que ya actualmente más vende y
prolifera, mucho más que la variedad de los productos en sí mismos :
confianza, seriedad, eficacia, velocidad, discreción, seguridad,
distribución, son algunos de los conceptos que sólo una red completa de
intermediarios entre productores y consumidores puede asegurar. No hace
falta navegar demasiado por el World Wide Web para darse cuenta : el acceso
a la información está voluntariamente filtrado, la tendencia a la
proliferación de editores y dispositivos de búsqueda es cada vez más
exagerada, cada vez más exclusiva. Sinceramente, me parece como si, temo
que, estoy casi seguro, no nos engañemos, ciertas previsiones de cariz
utópico vinculadas al desarrollo de la tecnología no sean otra cosa que los
slogans propagandísticos indispensables para la difusión de un producto en
un mercado donde progresivamente se incrementa el enraizamiento en la
competencia y en la plusvalía. Situamos de esa forma la Utopía al mismo
nivel que los imaginarios distribuidos por los intermediarios,
convirtiéndola en un factor más de valor adicional de los productos
tecnológicos. El significado atribuido a las palabras evoluciona y la deriva
lo lleva a la disolución en el ruido. Si como resultado global de la suma de
los poderes de las voluntades permitimos que el sentido del término
desaparezca y derive en algo no conflictivo, debe ser porque entre todos
pensamos que la Utopía, tome la forma que tome, es peligrosa.
A veces sorprenden formulaciones como ésa que ahora está de moda en medios
tecno-artísticos y según la cual hemos llegado ya al futuro y ahora lo que
hay que hacer es ver pasar las cosas para decidir que haremos más adelante.
Me pregunto quiénes son los que han llegado al futuro de quién. Si al lado
del Tercer Mundo, tenemos en cuenta aquéllos que en el primero no pueden
acceder de ninguna manera a la tecnología porque no tienen suficiente poder
adquisitivo para procurársela -pienso especialmente en esta nueva clase
emergente que no tiene el privilegio de la ocupación-, ¿en qué mundo podemos
pensar que alguien pueda haber llegado a algún futuro previsto por alguna
utopía? Aceptemos que unos cuarenta millones de personas tengan actualmente
acceso de calidad media a Internet. ¿Son éstas las que han llegado al futuro
de los diez mil millones que quedan? ¿Y entre éstas, quienes han llegado al
futuro de las otras? ¡Se trata de unos pocos miles! Comprendo que las
aplicaciones artísticas de la tecnología lleguen a impresionarnos,
especialmente a aquellos que la utilizamos cotidianamente. Pero que mucho
menos que cuatro de cada mil personas accedan a ciertas cosas no es prueba
de haber llegado a ninguna meta relevante. Es interesante, de todas maneras,
la constatación de la existencia de una clase privilegiada -sólo juego con
la terminología marxista, no pretendo usarla en toda su significación-,
casta o grupo, que crea haber llegado a la última frontera, que más lejos no
se pueda llegar. Toma cuerpo así otra muestra del dominio y la prevalencia
de la competitividad como la más deseable característica de las
personalidades que habrían de intervenir activamente en las sociedades del
futuro, para las que, paradójicamente, se prevé una estructura horizontal,
igualitaria, donde ningún hombre tenga más poder que los demás. Si no se
considera claramente patológica, ¿no parece, al menos, a todas luces
enfermiza esta complacencia en el hecho de pertenecer al grupo de los
escogidos, al grupo cuyas experiencias piloto producirán hallazgos
ulteriormente extensibles a una Humanidad más equilibrada? ¿O tan sólo es
ingenua?
Este sentimiento no es nuevo entre los grupos de personas vinculados de
alguna manera al desarrollo tecnológico o a la investigación artística con
medios nuevos y sofisticados. Al fin y al cabo, debería admitir que la
necesidad de pertenecer a alguna élite es muy humana, que la soledad, es
decir, la clausura, los propios límites, pues, es difícilmente soportable,
asimilable. En el mundo musical, tal vez el primero entre los artísticos en
utilizar la tecnología derivada de la electricidad, pero también en el de
las artes gráficas, y ahora casi por todas partes, resulta divertido al
tiempo que desconcertante comprobar la seguridad con que los partidarios de
una tecnología justifican su superioridad en relación a las otras. Las
únicas conclusiones que me atrevo a resolver son, por un lado, que unos no
conocen las ventajas de las tecnologías que los otros usan y, por otra, que
la causa última, que no razón, de la vehemencia de las argumentaciones
acostumbra a ser la inseguridad personal en un mundo extraordinariamente
agresivo que pide, una vez más, a escondidas ahora, empero, y a pesar de esa
horizontalidad futura prometida, el sacrificio de los más débiles, y
favorece, contra la naturaleza, que es biodiversa, la estrecha lógica de una
evolución mal entendida, la cual se apoya en la competición brutal, no
cooperativa, por los recursos del medio. Creo que una utopía digna debería
tener en cuenta la diversidad de las propuestas, la cooperación, el
desarrollo sostenible, a pesar de que no sea realmente sostenible porque con
su implantación, los recursos finitos del planeta, a largo plazo pero no
infinito, tenderán irrevocablemente a la total extinción.
Tiempo habrá para emigrar, o al menos, para conseguir que nuestras ideas
emigren y surquen los espacios a la búsqueda de materia suficientemente
compleja sobre la que instalarse, vivir, transformarse al mismo tiempo que
transformarla en una interacción íntima a fin de llegar al límite mas
inconcebible : la trascendencia. Más que la mía, la cual he aprendido a
saber imposible, quisiera la transcendencia de las ideas. Soy consciente de
que tal vez pretendo demasiado. Sin embargo, siempre he querido cosas;
especialmente, cosas que suenen, y más generalmente, que se comporten y sean
autónomas de mi existencia, libres en la medida en la que yo lo soy o tengo
la sensación de serlo, sujetas en la medida de que su actitud sea
interpretable como una respuesta al mundo, es decir a la totalidad de las
cosas que les son accesibles en función del radio de acción de su poder de
conformarlas. No me siento como él, siempre a la búsqueda de la anulación
del ser creador en la existencia de la obra creada, de la pérdida de la
identidad propia al conferirla a algo ajeno, pero comparto cada vez más con
Cage la renuncia al deseo de controlar los sonidos. Me place observarlos tal
como son ellos mismos, estudiar como se comportan y evolucionan. ¿Podría yo,
pues, desear algo diferente a una creación, posible o imposible, tanto da,
independiente, libre, autónoma, idéntica a sí misma, responsable? Si lo
deseo debe ser porque a veces lo creo posible, que es posible trazar en
continuidad hacia su existencia un camino de sucesos alcanzables y
previsibles, como hubiera querido D'Alembert, por una teoría universal de la
música, que nunca he podido delimitar sin caer en la trampa del espejismo.
Será, imagino, porque una teoría universal, tanto si es musical como si no,
no puede tener límites en el mundo de los hombres, y el sueño de La Place,
la determinación esencial de la historia de cualquiera que sea el hecho
considerado, de la previsión total y absoluta de los caminos del Universo,
no sea, para los hombres, otra cosa que una quimera, porque al margen de la
cuestión de si es continuo o discontinuo, al margen de si es limitado o de
si no lo es, de si es o si no es, el mundo de los hombres, ésta es al menos
mi intuición, sí es limitado y no es continuo.
Tal vez sea yo, entonces, tan ingenuo como para desear algo imposible : a
menudo me pregunto si no será por el hecho de que lo que es no me complace,
que me complace soñar que lo que no puede ser es. Pero si algo no me
complace, debe ser que otro algo distinto alguna vez me complaciera. ¿Quién
sabe pues si se trata de algo que alguna vez fue? ¿Algo que perdí, que dejé
perder o que pude querer perder? ¿Necesité perderlo? ¿Existió realmente?
Ahora sé que Mundo y yo podríamos coincidir, sobretodo porque un yo no puede
ser mucho más que un conjunto de percepciones e interpretaciones dispersas y
dis-crónicas de un mundo. Lo sé e inevitablemente llego a esta conclusión,
pero no constantemente experimento este sentimiento en mí tal como ahora lo
formulo. Es cierto que quiero lo que me falta y lo que creo que me falta es
lo que me falta : éste es el sentido en el que evoluciono cuando me comporto
según lo que se calificaría de creativamente. La música que hago, cuando la
hago porque directamente quiero hacerla, tiende a ser la que echo en falta,
la que no es, o al menos, cuando no alcanzo a negarla más categóricamente,
aquella cuya existencia desconozco. Y deseo la música, la actividad
artística, la creación pura, no como objeto sino como camino hacia un
conocimiento del mundo, un conocimiento del yo, pues, si se admiten las
intuiciones que de Mundo poco más arriba apunto. Mis creaciones son el
resultado de la actividad inducida por la falta. La distancia entre lo que
quisiera y lo que es o resulta de mis interacciones con el entorno, una
medida relativa del deseo, que sería, en este contexto, equivalente al
des-deseo.
Esto quisiera: comprender el mundo, comprenderme. Comprenderme para
reproducirme y reproducirme para comprenderme. En Contra el Método , Paul K.
Feyerabend observa, sin embargo, que la descripción exhaustiva de cualquier
objeto, incluida su propia lógica, es auto-contradictoria. ¿Cómo podría yo,
pues, describirme a mí mismo? ¿Como podría reproducirme, por otra parte, si
la identidad no existe más que como límite? De todo esto surge mi interés
por los autómatas, las producciones lingüísticas y la necesidad de una
poética en la que el mundo es formalizable, aunque pueda no serlo. De aquí
la fascinación por las redes de neuronas, los isomorfismos entre propuestas
artísticas y planteamientos biogenéticos, los intentos de crear cosas
sensibles, adaptables a su entorno, modificadoras de su entorno. De aquí
también la creencia, quién sabe si atávica, presente en mí incluso antes de
tener consciencia de pensarla, en los extraños poderes de la música. De aquí
los trabajos en osciladores acoplados y Lucy, la colonia sintética de
luciérnagas amazónicas a la que hace unos años di vida, la cual, como espejo
de un mundo efímero hecho de interacciones, respuestas, intercambios
periódicos de información, estabilizaciones, desestabilizaciones y
catástrofes, crea ritmos complejos, latido tras latido, en ininterrumpida y
no determinable respuesta lumínica y sonora a la influencia de un mundo del
que ella misma forma parte. Un mundo que, de forma variable y diversa, cada
día la ilumina.
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